La soledad es cosa de tres (con Navarra paranormal)

Cuando en los diarios todavía anunciaban las nuevas entradas al registro civil, nuestra localización hervía de vida.


Los mensajes, hoy, emergen con vibrantes colores de sus paredes y, entre inteligibles nombres, las huellas del anfitrión parecen haberse querido quedar para siempre.




No, no todos los caminos llevan a Roma. Éso es algo que cada cual va descubriendo con el tiempo, ese verdugo implacable que guillotina torres, derrumba paredes y oxida metales.

No todos los caminos, decía, porque en esta ocasión  el camino nos llevó a un convento de clausura deshabitado. Guardando quietud tras la cancela nos esperaba tranquilo, silencioso...



-¡Aquí! -Dijo Ralo, que estaba acompañado ya por Mial, desde el patio exterior del edificio cuando llegó Joanba.

Las mochilas eran todo el equipaje que llevábamos en aquel nuevo viaje, quizás por ello no cubrieron todas nuestras expectativas en una incursión única.

Una vez dentro nos recibía lo que antaño fuera capilla, una espaciosa sala con la grandilocuencia de los templos de antaño y es imposible no detenerse ante la estructura de lo que fue alguna vez un altar.


La iluminación era digna de respeto si uno se situaba en el ángulo adecuado.


Desde ese mismo instante comenzaron a bullir las ideas. Se adivinaba en la mirada de los tres que era de obligatoria ejecución una lluvia de luz, pero no era el momento.
Continuamos la exploración del lugar y nos encontramos pasillos desiertos que nos conducían a cada rincón.


Todavía quedan recuerdos en ese lugar, un armario daba buen testimonio de ello.


Un poco más adelante, una suerte de vestidores nos sorprendió por el emplazamiento en el que se situaban, pero pronto desconfiamos de tal menester viendo lo cerca que estaban de la lavandería.


Al final de uno de los pasillos encontramos acceso al patio interior.
Alcanzamos las cocinas, que atesoraban con el mutismo infinito del abandono las recetas que por ellas habían pasado y pronto nos encontramos con más mobiliario en los viejos tenderetes interiores, una mesa y un escritorio pedían a gritos ser retratados antes de que la madera que los sostenía se corroyese para siempre.


De pronto, ¡oh, sorpresa!, tuvimos visita. Nada menos que uno de los miembros de Navarra Paranormal se había acercado al lugar para hacer algunas tomas de vídeo diurnas, y tras un agradable rato de charla, nos despedimos con la informal promesa de volver a vernos.

Pasamos frente a la puerta del ascensor, que descansaba en la planta baja con la intención de no volver a elevarse jamás al piso que estábamos a punto de visitar.


Arriba, un buen número de dormitorios de homogénea construcción generaban la sensación casi claustrofóbica de un "déjà vu" constante. Pero el balcón cubierto que se abría al patio interior dejaba lugar al alivio de quien encuentra la salida del laberinto.


No había minotauro, pero estábamos cerca de saborear la victoria de quien se siente Teseo saliendo a respirar en aquel espacio abierto.


De pronto, nuevas visitas, un grupo de personas se paseaba por las estancias y a punto estuvimos de entrar en conflicto verbal a raíz de los golpes y posibles destrozos gratuitos que causaban.

En aquel mismo nivel estaba el acceso al coro de la capilla, donde el viejo órgano carecía de la mayoría de su estructura fónica pero mantenía su frontal perfectamente identificable. Una joya casi impensable dado lo urbano del lugar que Ralo ya había advertido a sus espaldas desde la capilla. Un clásico que hizo babear, literalmente, a Joanba, al límite del síndrome de Stendhal.


Abandonamos el coro para advertir los tiradores de las viejas campanas que ahora estaban ausentes y accedimos a la cubierta que guardaba los confesionarios de las inclemencias del tiempo cuando los inviernos venían, desde la cual, el campanar, lucía grandioso y titánico.
Subimos a la última planta para descubrir que todavía una de las camas se había rezagado en su dormitorio sostenida con entereza y dignidad, como quien se resiste a dejar su hogar para siempre.


Descendimos para alejarnos y finalizar la sesión pero no pudimos dejar de visitar el inundado sótano, en el que no nos arriesgamos a introducir el equipo por razones obvias y nos dispusimos a salir al exterior nuevamente.


¿Dejar el lugar sin pasar por los almacenes exteriores? ¡Delito!


Allí mismo volvimos a disparar dejando constancia de nuestro paso con las huellas que se quedaban en el terreno, advertimos la presencia de la piscina, peligroso cenagal ahora, y de los nichos vacíos que edificaban el cementerio.



No pudimos dejar de pensar en volver, teníamos la sensación de que nos faltaba algo. Y así fue, volvimos nueve días después acompañados por parte del equipo de Navarra Paranormal, o quizás nosotros les acompañamos a ellos aquella tarde. Sea como fuere, nos presentamos allí para sacar el último partido a este edificio.


Mucha charla, intercambio de opiniones, anécdotas, información y un trato elegante y exquisito eclipsaron el cometido fotográfico con el que habíamos abordado de nuevo las cancelas, pero lo mismo que no todos los caminos llevan a Roma, como ya había dicho, no sólo el hábito hace al monje.
De nuevo, la desagradable sorpresa que uno puede llevarse cuando la misma visita aparece en el mismo lugar y a la misma hora en que decides estar tú.
Los mismos que nueve días atrás habían sembrado de golpes el edificio volvieron a presentarse allí, por suerte, esta vez no escuchamos indicios de vandalismo.

Especial expectación tuvo el último fogonazo de luz cálida que dimos a aquel templo oscuro y silencioso cuando cayó la noche, pero no fue para menos. Joanba se subió al altar y, como si de un nuevo mesías se tratase, trató de iluminar al mundo una vez más con un mensaje carente de palabras, pero con un siseo inconfundible.


Quizás los creyentes quieran ver una aureola vertical sobre el sagrado lugar.  Los que allí estábamos, decidimos plantar la majestuosidad del abandono en una maceta llena de luz.

Posiblemente prospere si los futuros visitantes la riegan con respeto.

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