Harina de otro costal
Sistemáticamente, sentimos la necesidad de salir a hacer fotografías juntos. No es un instinto gregario, pero es lo más parecido a un comportamiento animal. Y fue así como llegamos a la vieja harinera que nos ocupa, tirando de un arcaico sentimiento que no puede reprimir la razón. Ralo propuso la localización a sabiendas de que no nos negaríamos. La pregunta no era dónde sino cuándo, y sin darnos apenas cuenta estábamos burlando vallas, esquivando zarzas y empujando puertas. Sin embargo parecía no dejarse querer. De pronto, un acceso. La adrenalina nos invadió dando paso a la decepción justo un instante después, cuando nos dimos cuenta de que sólo era un garaje sin más continuidad donde apenas hicimos fotos. Una exploración más profunda nos relevó un acceso, esta vez sí, a la nave principal. Allí estábamos, pasándonos los equipos en cadena y escalando como primates ante la posibilidad de retratar aquel lugar. Una vez dentro, se nos presentaban los