Un templo entre ruinas y carroña
Siempre acabamos enredados en algún lugar, como es lógico. Y en esa ocasión no iba a ser diferente, pero la incursión no pudimos hacerla de un solo ataque.
-¿Terminamos la sesión? -Sugirió Ralo el día anterior.
Y ya estábamos de camino muy temprano.
Hasta este lugar ya se habían acercado Ralo y Mial, pero Joanba no había podido asistir por motivos que no competen, y al llegar, nos recibía la torre de la iglesia cubierta de vegetación, testificando el abandono y paso del tiempo.
Estaba, sin embargo, en un buen estado de conservación. Las escaleras que dan acceso al coro... precioso rincón para deleitarse.
Debemos reconocer que lo sagrado nos llama, se nos cruza en el camino y no podemos evitar una oración:
-¡Hostia! ¿Entramos?
Entre aquellas paredes se podía uno imaginar la cantidad de fieles que acudirían a los rezos y bajo el suelo, ajado hoy por el paso del tiempo (y es posible que el escaso vandalismo), nos encontramos restos humanos. Apenas una vértebra, pero sabíamos perfectamente que caminábamos sobre las maderas que daban cobijo a los muertos hace varios cientos de años.
Ralo daba indicaciones a Joanba en base a la incursión anterior que había llevado a cabo junto a Mial. Una información valiosísima por dar celeridad a la sesión, ya que tampoco quedaban demasiadas horas de luz.
Tras acceder al coro, Joanba se aventuró a seguir subiendo. No todos los templos mantienen ese estado de conservación en el camino al campanario, y mucho menos dan seguridad bajo los pies en ese punto. La ocasión lo merecía y no nos defraudaría.
-¿Estáis arriba? -Dijo Ralo.
Unos "portraits" para no perder la costumbre y de nuevo un paseo por el coro disfrutando de su centenaria madera.
Nos habíamos dado por satisfechos en la iglesia y accedimos al resto del pueblo, apenas una docena de casas (a ojo) que atesoraban más derribos que resistencia, pero preciosos rincones que nos obligaron a disparar para inmortalizarlos.
Un rebaño de ovejas da testimonio vivo de que hasta el lugar se acerca algún pastor, posiblemente propietario de alguna de las ruinosas casas que todavía dan identidad al lugar. Sin embargo, no parecen ser las únicas moradoras de las desérticas calles de la villa, ya que media docena de buitres leonados pululaban por la zona, y no solamente revoloteando, sino caminando como quien se siente en su hogar.
Estamos seguros de que alguien utilizaba a modo de almacén remoto las plantas más bajas y accesibles de las viviendas mejor conservadas hasta hace bien poco, pues todavía atesoran neumáticos y jaulas de gallinas ponedoras no demasiado viejas.
Descubrimos entre las ruinas una cama, compañera del mobiliario del resto de esa misma casa cuyo acceso no nos pareció demasiado seguro.
Nos adentramos en varios corrales, recorrimos algunas estancias, nos asomamos a unas cuantas ventanas... y finalmente cruzamos de nuevo ante la iglesia para dar la sesión por concluida.
Atrás quedaba una de las iglesias abandonadas en mejor estado de conservación que hayamos visitado. Quién lo diría, de haber recorrido las calles del pueblo antes de acceder a ella.
Entre balidos y la mirada atenta de los carroñeros, nos alejamos con una sensación impresionante al habernos encontrado con aquellos enormes leonados a los que, seguro, visitaremos de nuevo para preguntarles:
-¿Os acordáis de nosotros?
-¿Terminamos la sesión? -Sugirió Ralo el día anterior.
Y ya estábamos de camino muy temprano.
Hasta este lugar ya se habían acercado Ralo y Mial, pero Joanba no había podido asistir por motivos que no competen, y al llegar, nos recibía la torre de la iglesia cubierta de vegetación, testificando el abandono y paso del tiempo.
Estaba, sin embargo, en un buen estado de conservación. Las escaleras que dan acceso al coro... precioso rincón para deleitarse.
Debemos reconocer que lo sagrado nos llama, se nos cruza en el camino y no podemos evitar una oración:
-¡Hostia! ¿Entramos?
Entre aquellas paredes se podía uno imaginar la cantidad de fieles que acudirían a los rezos y bajo el suelo, ajado hoy por el paso del tiempo (y es posible que el escaso vandalismo), nos encontramos restos humanos. Apenas una vértebra, pero sabíamos perfectamente que caminábamos sobre las maderas que daban cobijo a los muertos hace varios cientos de años.
Ralo daba indicaciones a Joanba en base a la incursión anterior que había llevado a cabo junto a Mial. Una información valiosísima por dar celeridad a la sesión, ya que tampoco quedaban demasiadas horas de luz.
Tras acceder al coro, Joanba se aventuró a seguir subiendo. No todos los templos mantienen ese estado de conservación en el camino al campanario, y mucho menos dan seguridad bajo los pies en ese punto. La ocasión lo merecía y no nos defraudaría.
-¿Estáis arriba? -Dijo Ralo.
Unos "portraits" para no perder la costumbre y de nuevo un paseo por el coro disfrutando de su centenaria madera.
Nos habíamos dado por satisfechos en la iglesia y accedimos al resto del pueblo, apenas una docena de casas (a ojo) que atesoraban más derribos que resistencia, pero preciosos rincones que nos obligaron a disparar para inmortalizarlos.
Un rebaño de ovejas da testimonio vivo de que hasta el lugar se acerca algún pastor, posiblemente propietario de alguna de las ruinosas casas que todavía dan identidad al lugar. Sin embargo, no parecen ser las únicas moradoras de las desérticas calles de la villa, ya que media docena de buitres leonados pululaban por la zona, y no solamente revoloteando, sino caminando como quien se siente en su hogar.
Estamos seguros de que alguien utilizaba a modo de almacén remoto las plantas más bajas y accesibles de las viviendas mejor conservadas hasta hace bien poco, pues todavía atesoran neumáticos y jaulas de gallinas ponedoras no demasiado viejas.
Descubrimos entre las ruinas una cama, compañera del mobiliario del resto de esa misma casa cuyo acceso no nos pareció demasiado seguro.
Nos adentramos en varios corrales, recorrimos algunas estancias, nos asomamos a unas cuantas ventanas... y finalmente cruzamos de nuevo ante la iglesia para dar la sesión por concluida.
Atrás quedaba una de las iglesias abandonadas en mejor estado de conservación que hayamos visitado. Quién lo diría, de haber recorrido las calles del pueblo antes de acceder a ella.
Entre balidos y la mirada atenta de los carroñeros, nos alejamos con una sensación impresionante al habernos encontrado con aquellos enormes leonados a los que, seguro, visitaremos de nuevo para preguntarles:
-¿Os acordáis de nosotros?
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