Luces por la noche

Dicen que hay paraísos a unos pasos de tu hogar, que no es necesario viajar largas distancias o buscar en otras latitudes. Que todo cuanto nos rodea es, simplemente, un paraíso cotidiano. Esto se vuelve cierto cuando reflexionando llegas a la conclusión de que vives en un lugar exótico. Al menos para otros.
Promulgamos no dar reconocimiento a los rincones más cercanos por aquello de la cotidianidad pero... ¿predicamos con el ejemplo? Nosotros lo intentamos.
No está lejos de nuestras casas el lugar al que decidimos acercarnos, ni siquiera está lejos de la carretera. De hecho es un caserío a pie de calle imponente y estoico. Es complicado recordar cada detalle de la incursión, pues tuvimos que dividirla en varios acercamientos por razones que, como suele suceder, no vienen a colación.

En el primer acercamiento, Joanba echó un vistazo muy por encima comprobando que los pocos accesos que había daban paso a las zonas menos atractivas, como eran un corral, una vieja capilla y una vivienda en bastante mal estado, pero algo nos hizo volver unos días más tarde con todo el equipo. Llamémosle justicia poética, pero alguien se había encargado de dejar abierto un acceso trasero al edificio principal. Huelga decir que tardamos entre poco y nada en acceder a pesar de la calma que nos caracteriza.

La parte baja era un vacío apenas ocupado por unas mesillas, una mesa de cocina y alguna silla. Poco mobiliario que como preludio de la vivienda dejaba bastante que desear, pero unas fotografías testimoniales eran parte de nuestra obligación.




Accedimos por un paso estrecho al ala aledaña, que nos recibió con una mezcla de caos y tristeza a la par que las pupilas se adaptaban a la estancia revuelta que algún visitante anterior había removido buscando, posiblemente, un mejor botín.




Una escalera interna de caracol nos brindaba su sinuoso cambio de sentido mostrándonos la extensión real de aquella casa. Y comenzamos a recorrer sus rincones recogiendo los mudos recuerdos de lo que allí quedaba, que no sería poco.




Un par de dormitorios acogían nuestros disparos dando testimonio de que habían sido deshabitados de forma casi repentina. Adornos, mobiliario y ajuar seguían allí a pesar de haber sido revueltos anteriormente y no podíamos dejar de retratar la desordenada vida que podíamos adivinar antaño en aquellas estancias. Objetos comunes y nada excepcionales que no por ello dejaban de llamarnos la atención. Zapatos, flores artificiales, libros, revistas...



Todo era tan cotidiano que hasta la sencillez de aquel pasillo, donde una silla guardaba la memoria de un manuscrito y unas escrituras de propiedad, era magnificencia de la imagen para nuestras cámaras.






Nos adentramos al salón para encontrarnos un ventanal digno del caserío que ocupábamos y un juego de sofás resistiéndose a caer vencidos por la soledad y el tiempo de tantas noches solitarias. Un osito de peluche que antaño habría hecho las delicias de quienesquiera lo acariciasen ya no sabía ser suave al tacto y en una segunda incursión nos dio juego para unos "portraits" junto a una muñeca que no habíamos encontrado en la primera visita.





La cocina no mantenía el orden y el comedor había sido convertido en dormitorio. Un colchón hacía las veces de catre y un camisón de algodón descansaba colgado de una percha en la ventana. Imagen que no pudimos rechazar dado lo "creepy" de la estampa, así como el forro de aquella tulipa, que recordaba a las lámparas que nuestras abuelas habían vestido antaño.







Un destrozado cuarto de baño fue la última estancia que pudimos visitar en aquella planta antes de retratar la preciosa cristalera con escudo de armas que alguien destrozó entre nuestras visitas, pues sólo quedaba el hueco cuando quisimos retratarla nuevamente.




Bajamos a la planta inferior para descubrir dormitorios llenos de trastos, armarios a medio vaciar y camas que parecían llorar la ausencia de sus huéspedes.




Lo que parecía un salón estaba totalmente oscuro y reveló un par de butacones sólo bajo la luz de las linternas y era hora de bajar a la planta baja.



La increíble planta baja presumía de parecer el escenario de una película de terror bajo la cálida luz que apenas se filtraba por las grietas y rendijas de las puertas.


Allí había una cocina mucho más antigua y llena de detalles que la anteriormente visitada. Una lata de leche maternizada de los años 30 o 40, una cafetera de hierro, cacerolas y una mesa grande y vieja.




Unas despensas llenas de polvo y trastos, un pequeño cuarto de baño y una habitación que no podríamos definir más que como basurero fueron las últimas fotografías antes de visitar el garaje, donde apenas un bidón y unos zapatos nos despedían al unísono del aviso de Ralo por el "walkie talkie".





Alguien había detenido un vehículo fuera, y sin saber de quien se trataba decidimos abandonar esa primera incursión para descubrir que parecía ser un grupo de chavales que se habían acercado a explorar el lugar. Pero siempre nos quedará la duda generada por su actitud. Aprovechamos la situación para hacer alguna foto exterior.



Días más tarde, Joanba y Ralo volvieron a incurrir para completar la sesión que Ralo había dejado incompleta, Kipo repitió visita para completar la suya y conocedores ya del lugar, no fue difícil recorrerlo en un par de horas añadiendo parte de los corrales exteriores, algo de la vivienda contigua y la capilla.




Habíamos dado por concluidas las sesiones de aquel caserío en el que otros en primera persona habían visto luces por la noche. Nosotros, sin embargo, habíamos capturado su luz para el resto de los días.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Wowww ���� me habéis teletransportado al lugar,me encanta... la verdad que tiene un bonito encanto y a ratos alguna foto te da la sensación que es un poco escolfriante el lugar (no sé si m entendéis) la verdad que es alucinante el ligase, laS fotos y el texto. Como enhorabuena al equipo por una entrada tan espectacular ����
NafarUrbex ha dicho que…
Muchas gracias por tu comentario, Zoraida, pero sobre todo por haberte dejado caer por este humilde rincón.
Nos complace que lo hayas disfrutado y sí, a ratos era escalofriante.
Saludos